He leído últimamente sobre las mentiras que nos dicen nuestr@s hij@s, o lo que es peor (al menos bajo mi punto de vista) las mentiras que les decimos nosotros a ell@s, por cierto que buscando y buscando más información sobre padres mentirosos parece que no se escribe tanto sobre este tema, será que no interesa. Pero a mí si me interesa y mucho. Lo primero es que los niñ@s como mejor aprenden es con el ejemplo, y si ven a sus padres mentirles a ell@s o a cualquier otra persona pues muy buen ejemplo no les están dando. Para colmo luego les molestará que sus hij@s vayan por ahí contando mentiras. Luego me planteo, ¿qué confianza les estamos transmitiendo a nuestr@s hij@s cuando les prometemos algo que luego no cumplimos o les contamos milongas que terminan descubriendo tarde o temprano? Yo si descubro que alguien me miente desde luego mucha confianza no me va a dar, la próxima vez no me fiaré ni un pelo. Tenemos un nene muy cercano, de cinco años, que muchas veces cuando le dices algo parece no creerte. Yo me preguntaba el por qué de tanta desconfianza, hasta que empecé a fijarme en la cantidad de mentiras (o mentirijillas, como dirían sus padres y abuelos) que le dicen para conseguir que actúe como ellos quieren. “Venga, termínate la manzana y luego vamos al parque”. Cuando se la termina y se da cuenta de que lo del parque era sólo una estratagema, entra en cólera, y encima es un niño malo por portarse mal. “Ahora cuando vayamos a montar al autobús si te preguntan les dices que tienes tres años (para no pagar)”. “¡Pero yo no tengo tres años!”. Le están incitando a mentir y además esto termina provocándole confusión. Lógicamente estos mismos adultos se enfadan o le recriminan cuando le pillan en una mentirijilla. ¿Qué conclusión va a sacar este niño de todo esto? Temo el día en que pretendan hacernos partícipes de esas mentiras, preguntándonos también a nosotros para que asintamos y terminemos de convencerle de esas patrañas que cada vez les cuesta más meterle. Pues ese día me mirarán con mala cara cuando no quiera entrar en el juego. Cuando veo estas escenas me parecen fatal y pienso que yo jamás haré eso con mi hija. Espero no caer jamás ni en la más inocente o piadosa de las mentiras. El colmo es cuando recurrimos al miedo para intentar convencerles. “Que viene el coco”. “No te voy a querer si…”, etc. Aquí estamos jugando con sus sentimientos, su miedo al abandono. Me parece muy cruel, quiero pensar que quien dice esto a un/a niñ@ no es del todo consciente de las sensaciones que le está creando. Luego, cuando comienzan a hablar y a preguntarnos, algunos no paran, quieren saberlo todo (esa sana curiosidad de los niñ@s por saber y descubrir), es conveniente contestarles siempre (a nadie le gusta que pasen de él/ella), de forma que ell@s entiendan lo que les explicamos y con sinceridad. A veces pensamos que no tienen edad para contarles ciertas cosas o no sabemos sobre lo que nos preguntan. En el primer caso, si un/a niñ@ pregunta algo es porque ya está preparad@ para la respuesta (siempre habrá que adecuar nuestras palabras a su edad); y en el segundo, si no sabemos algo, antes de inventárnoslo (los papas siempre lo sabemos todo) les podemos decir que como se lo queremos explicar bien se lo contaremos dentro de un rato, y una vez que nos hayamos informado al respecto podremos resolver su duda (y la nuestra). A pesar de ser padres coherentes, que enseñamos a nuestr@s hij@s que no se dicen mentiras no diciéndolas tampoco nosotr@s, l@s niñ@s, pueden empezar a inventarse cosas, que no siempre tienen por qué considerarse mentiras. Parece que es a partir de los seis años cuando toman más conciencia de la realidad y de los beneficios que pueden obtener a través de la mentira. Os dejo un artículo, que me ha parecido bastante interesante, donde nos dice las causas por las que nuestr@s hij@s pueden mentir y cómo sería conveniente enfrentarnos a este tema.

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