No se si os acordaréis de mi. A principios de año os contaba cómo habían cambiado las cosas desde que llegó aquel pequeño bichito a casa, lo relegado que me sentía y lo que echaba de menos que jugasen conmigo. Ahora todo es diferente de nuevo. Aquel pequeño bichito ya no es tan pequeño, hay que ver la rapidez con la que ha crecido, pues ya pesa entre tres y cuatro veces más que yo, y por lo que dicen va a seguir creciendo. De pronto un día comenzó a desplazarse por el suelo, yo me acercaba cuando quería a olisquearla o darle lametones, está tan dulce… Pero no tardó en coger velocidad y en ponerse de pie y andar. Tengo que tener cuidado porque no siempre controla la fuerza con la que me abraza o me acaricia, e incluso en ocasiones pretende atropellarme con su carrito de la compra como si eso me fuese a hacer gracia. A pesar de todo somos grandes compañeros de juegos, le quitamos un calcetín a su papá y jugamos estirando de él a ver quién consigue quedárselo; nos damos besitos uno al otro; nos perseguimos por la casa; ahora es la encargada de darme mi golosina mañanera (nunca se le olvida, en cuanto se levanta va directamente al mueble donde están guardadas); me está cebando con todo lo que me lanza para comer, yo agradecidísimo, claro; y además me encanta cuando me llama, como tirándome besitos e intentado chascar sus deditos, o ahora que parece que está aprendiendo a decir mi nombre, “¡On, on!”. Mis dueños adultos también han vuelto a jugar conmigo, a acariciarme, rascarme. Aunque ahora cuando vienen las visitas es a ver a este bichito, que por cierto se llama Minerva, qué nombre tan bonito ¿verdad? Es a ella a quien le hacen monerías, con lo mono (perrucho) que soy yo. Me dicen que soy como un niño, porque quiero llamar la atención todo el rato y que me digan cositas, pues claro, ¿y a quién no le gusta? Aunque por otro lado su mamá dice que desde que llegó su pequeña cachorrita he madurado porque he dejado de hacerme pis en casa, y es que me gustaba dejar marcado mi territorio, pero luego me dieron pena, bastante trabajo tenían ya con cambiarle los pañales, entre otras cosas, a mi pequeña compañera de juegos, para estar también pendientes de mis pises. Así que aunque aquella vez titulaba mi historia como “Cuatro somos multitud”, ahora he de decir que formamos una familia perfecta. No pensé que pudiera coger tanto cariño a otro ser humano (a parte de los dos que me adoptaron). Me pongo tan contento cuando llegan a casa los tres que salto y salto y termino tirando al suelo, sin querer, a mi pequeña compañera de juegos, y eso que a su lado cada vez voy quedando más y más pequeño.

Aunque a veces soy un poco gruñón y no me agrada demasiado cuando se abalanza sobre mí en medio de un dulce sueño, su compañía lo compensa todo, que me quite mi camita para tumbarse ella, que juegue con mis juguetes o que esparza mi comida por el suelo. Sin ella esta casa ya no sería lo mismo.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
error: Contenido Protegido

Comparte en tu redes sociales

0

Tu carrito